Este espacio es un fruto del trabajo de los estudiantes del liceo la Sabana que se han iniciado en el abordaje del pensamiento gracias a este semillero.

miércoles, 30 de marzo de 2011

UNA INTRODUCCION A LAS PESADILLAS

¿Qué es una pesadilla?
Una definición generalmente aceptada de pesadilla es despertar aterrado de un sueño (sin que medie causa externa) o algo interior que despierta a una persona con un sentimiento de miedo. Podemos aceptarla como definición amplia de todos los fenómenos pesadillescos, pero veremos que incluye varias condiciones muy diferentes.
La pesadilla constituye un fenómeno psicológico y biológico bien definido. Para comentarlo con claridad, primero debemos distinguirlo de otros fenómenos estrechamente emparentados con los que a menudo se lo confunde. Específicamente, es preciso establecer una distinción entre dos fenómenos biosicológicos muy diferentes: el terror nocturno y la pesadilla.
Otro modo de destacar la diferencia consiste en tener presente que una pesadilla es un sueño y, como otros sueños dura de cinco a treinta minutos; uno despierta, tal vez rápidamente, y puede recordar un sueño largo, detallado y aterrador; el despertar en sí no es notorio. Un terror nocturno no es un sueño, sino un despertar inusual; se lo ha denominado “trastorno del momento del despertar” (Broughton 1968). Algo interno o externo (puede ser incluso un experimentador) despierta al durmiente y el momento del despertar es inusitado, se caracteriza por rápidos cambios en el sistema nervioso. Puede incluir actividad motriz y sonambulismo. Este momento del despertar es el terror nocturno. Un estudio demostró que un episodio de terror nocturno podía inducirse, en un niño propenso a los terrores nocturnos, irguiendo al niño y produciéndole un despertar parcial (Kales y Jacobson 1968). Ello indica que el terror nocturno no es un proceso largo y continuo del que el durmiente despierta, sino más bien algo que este involucrado en este tipo mismo de despertar.
Un laboratorio de sueños puede confirmar el diagnóstico de pesadilla o terror nocturno, pero en general no es necesario. Aun sin utilizar datos de laboratorio, casi siempre descubro clínicamente si un paciente tiene pesadillas o terrores nocturnos (aunque él llame “pesadilla” a ambos) mediante la pregunta: “¿Esas pesadillas son sueños?” La pregunta parece simplista tanto para quienes sufren pesadillas como para quienes experimentan terrores nocturnos. Los que tienen pesadillas responden: “Desde luego”. No dudan de que sus pesadillas sean sueños muy aterradores. No pueden concebir una pesadilla que no sea un sueño, y tras despertar casi siempre recuerdan haber tenido un largo sueño que pueden contar con lujo de detalles. El sueño suele ser complicado, con elementos cada vez más aterradores a medida que se prolonga: “y entonces el monstruo me perseguía y yo no podía escapar”; “las personas con quienes conversaba ahora tenían una expresión maligna en el rostro; al cabo de un rato desenvainaron puñales; alguien me hizo un tajo en el brazo”. Las víctimas de terrores nocturnos juzgan mi pregunta igualmente absurda. Cuando se les pregunta si sus pesadillas son sueños, responden: “No, claro que no”. A veces recuerdan sueños, como todo el mundo, pero saben que sus episodios de terror son muy diferentes de sus sueños.
Destaco estas diferencias para contribuir al esclarecimiento de los trabajos pasados y presentes sobre las pesadillas. Resulta obvio que la persona de la clásica descripción de “pesadilla”, que se sienta de golpe en la cama, o salta de la cama con un grito y una expresión vidriosa en el rostro, sufre un terror nocturno, no una pesadilla. Las pesadillas y los terrores nocturnos son fenómenos muy diferentes psicológica y fisiológicamente y, como veremos, se producen en personas muy distintas.
Sin embargo, la vida nunca es tan simple. Lamentablemente hay casos en que el tipo de experiencia no está del todo claro, y aunque uno formule las preguntas correctas. Ello puede obedecer a la mala memoria, o a la escasa capacidad descriptiva del paciente.
La ausencia de temas sexuales en las pesadillas, de diferencias pronunciadas entre ambos sexos, y de diferencias en las relaciones con entrevistadores masculinos y femeninos, sugiere que las pesadillas pueden originarse en experiencias de la primera infancia y que involucran temores primitivos, vulnerabilidad y problemas de límites de un tiempo anterior a la formación de una identidad sexual definida.
En primer lugar, es evidente que hay más patología o enfermedad mental en el grupo con pesadillas. La patología se orienta hacia la esquizofrenia, aunque tal diagnóstico no era aplicable a la mayoría de los sujetos en el momento del estudio y, en rigor ninguno encaja en ningún diagnóstico definido. La patología no se orienta -y esto es un dato indudable- hacia la neurosis común. El hallazgo más sorprendente no es la psicopatología formal de algunos, sino la apertura y la indefensión de casi todas las víctimas de pesadillas. No han desarrollado las defensas ni protecciones habituales en la mayoría de las personas. No están “lindadas”; son vulnerables en muchos sentidos. Las excepciones fueron unos pocos varones de más edad, y tengo la impresión de que estos hombres eran manifestantemente abiertos o indefensos cuando jóvenes y desarrollaron tardíamente primitivas defensas paranoides como un intento de compensar su vulnerabilidad en un mundo “peligroso”; parecen estar usando una armadura que les sienta mal. La mayoría, sobre todo las mujeres, ha seguido viviendo con su estilo abierto e indefenso. En los que poseen otras fuerzas y talentos, tal actitud puede ser: la apertura hacia sí mismos y hacia otros quizás contribuya a hacerlos buenos artistas, docentes y terapeutas. Pero también tiene sus peligros. Por ejemplo, solían ser excesivamente confiados en sus relaciones; unos habían sufrido ataques físicos reales (atracos, golpes, violaciones). Tengo la impresión de que ello era consecuencia de una excesiva apertura y confianza; caminar a solas en partes peligrosas de la ciudad, por ejemplo.
Otra palabra que acude a la mente es sensible. Las víctimas de pesadillas parecen ser inusitadamente sensibles en diversos sentidos del término. Unos pocos se describieron así mismos como perceptivamente sensibles: inusualmente sensible ante el ruido, la luz, etcétera. Casi todos se consideraban sensibles también en el sentido de ser fáciles de lastimar y emocionalmente frágiles: se dejaban “afectar” fácilmente por las cosas. Muchos sujetos también se consideraban muy sensibles a los sentimientos ajenos. Esto solía expresarse en términos de empatía emocional, de saber cuándo otros sufrían. Esta sensibilidad cobraba formas más extremas en unos pocos, como la capacidad de percibir auras o emanaciones de los demás.
Por último, el modo más preciso como puedo resumir las características de estas personas consiste en afirmar que tienen límites delgados o permeables. No clasifican las cosas entre tabiques rígidos; no separan en “esto y lo otro”. Uso “límites” en muchos sentidos (ver Capítulo 6). Sus sueños no están limitados en el sentido habitual: las pesadillas mismas pueden considerarse una incapacidad para excluir de los sueños material peligroso y aterrador, como hacemos la mayoría de nosotros. En sus sueños pueden ser animales o despertar de un sueño a otro. Estos límites sueño-vigilia puede considerarse permeables, porque suelen ignorar que están despiertos durante un buen rato después de despertar. Los límites del yo pueden considerarse delgados, porque permiten que el material sexual y agresivo les penetre la conciencia mucho más que a la mayoría de nosotros. Los límites interpersonales son delgados: a veces se dejan absorber por relaciones excesivamente íntimas y fusionantes. Y, en ocasiones, como hemos visto, se acarrean complicaciones debido a un exceso de apertura y confianza (y reaccionan mediante la formación temporal de límites muy primitivamente duros, como la paranoia). Estas observaciones están respaldadas por altos puntajes en “déficit de límites” del Rorschach.
El concepto de límites delgados me permitirá responder a varias preguntas implícitas en cada trabajo sobre las pesadillas, incluido el nuestro. Primero, ¿las personas que sufren pesadillas son las que tienen un exceso de agresividad, hostilidad o furia? En los anteriores capítulos sobre pesadillas infantiles, hemos visto que el temor a la represalia por nuestros impulsos iracundos puede producir pesadillas. En esta línea se puede sugerir que las pesadillas suponen, en general, la proyección en otros de los propios impulsos furibundos. Los datos sintetizados aquí sobre las víctimas adultas de pesadillas no respaldan, sin embrago, esta conclusión. A partir de los hallazgos negativos de Rorschach y de la Escala de Contenido Agresivo del TAT, y una conducta que manifiesta apertura e indefensión antes que agresión, llego a la conclusión de que éstas no son personas con un exceso de impulso agresivo u hostilidad, sino personas con límites tan delgados que las “atraviesan” más los miedos y las furias normales y les resultan más vívidos y aterradores que a la mayoría de nosotros (ver Capítulo 6).
Segundo, ¿las víctimas de pesadillas son personas que han experimentado un trauma serio en la primera infancia? Sabemos que el trauma puede ser seguido por pesadillas y sería razonable suponer que un trauma muy temprano, cuando el niño está más indefenso podría ser seguido de pesadillas más severas o duraderas. Sin embargo, como he mencionado, no pude obtener un historial de trauma serio en ningún miembro del grupo afectado por pesadillas frecuentes. En otras palabras a veces recordaban vívidamente escenas de su segundo, tercero y cuarto año de vida. ¿Podría haber habido un trauma serio -un ataque sexual, un ataque físico, o la observación de una muerte u otra catástrofe en un periodo extremadamente temprano, como el primero y segundo años de vida- olvidado y reprimido por estos sujetos? Aunque es posible, no puedo creer que un trauma serio de esta naturaleza se hubiera producido en muchos de los sujetos sin que ellos lo supieran y mencionaran.
Así pues, aunque la etiología traumática no se puede descartar del todo, la evidencia disponible sugiere que se trata de personas vulnerables y de límites delgados, quizás desde el nacimiento. Después, un suceso relativamente vulgar, como el nacimiento de un hermano menor, podría haberse sentido de un modo especialmente doloroso y traumático; quizás la mayoría haya tenido una serie de “traumas” de este tipo durante la infancia. Pero no creo que sea preciso postular acontecimientos traumáticos gruesos e insólitos. El contenido de las pesadillas guarda coherencia con esta conclusión. Ese contenido incluía una variedad de persecuciones, escenas violentas, ataques y demás, pero variaba de pesadilla en pesadilla. Ninguno de los cincuenta sujetos exhibía en sus pesadillas nada parecido a la representación repetitiva de un acontecimiento traumático real, tal como ocurre en las pesadillas postraumáticas típicas (Capítulo 8).
Refuerza mi conclusión en hecho de que yo, y la mayoría de los psiquiatras, hemos visto pacientes que han sufrido traumas obvios y serios cuando niños: pacientes que presenciaron repetidos ataques y palizas, que fueron víctimas de golpes y malos tratos, o completamente descuidados por padres alcohólicos o indiferentes. Uno esperaría, por cierto, que semejante trauma incrementara la sensación de indefensión y de mundo pesadillesco. Pero estas personas, aunque han desarrollado una variedad de problemas, no son adultos que sufran una pesadillas por semana; y en nuestro grupo de víctimas de pesadillas no hallamos a nadie con una infancia tan obviamente traumática.
Creo que las víctimas de pesadillas frecuentes -personas vulnerables, abiertas y sensibles, con límites delgados- constituyen un grupo especialmente propenso a la enfermedad esquizofrénica. Los estudios genéticos y los estudios de adopción dan casi por segura la existencia de una predisposición o vulnerabilidad biológica, quizás genética, a la esquizofrenia; pero los factores ambientales parecen igualmente importantes (Kety y otros 1968, 1975).Es indudable que existen muchas personas con esta predisposición genética que no desarrollan la esquizofrenia y hay cierta evidencia de que puede tratarse de individuos interesantes, insólitos y artísticos. Sugiero que las víctimas de pesadillas frecuentes caben en este grupo: son personas biológicamente vulnerables a la esquizofrenia. Tienen límites delgados, en los sentidos que hemos comentado, que los exponen a ser fácilmente lastimados y traumatizados por acontecimientos que habitualmente no se consideran traumáticos. Yo sugeriría que las pesadillas frecuentes, cuando continúan después de los ocho o diez años de edad, podrían considerarse una señal de peligro: ese niño es vulnerable a la esquizofrenia y puede necesitar ayuda especial.
También creo que los sujetos con pesadillas, que estudiamos, poseen una definida y enérgica tendencia hacia el arte y la creación aunque no posean necesariamente el talento específico que requiere un gran artista. Aun así, varias personas de nuestro grupo iban camino de convertirse en artistas reconocidos. Me parece que un aspecto importante de aquello que convierte en una persona en artista es la posesión de una configuración psicológica de límites delgados, lo cual incluye la capacidad de absorber desde adentro y afuera, de experimentar la propia vida interior en forma muy directa, y la habilidad (a veces no deseada) suficiente para experimentar el mundo de un modo más directo, más doloroso.
Estas impresiones clínicas son coherentes con hallazgos del laboratorio de sueños respecto del contenido informado después de despertares a diferentes horas de la noche y en diferentes puntos de un periodo de sueño (periodo REM). Los contenido del suelos de los despertares durante el primer periodo REM de la noche o de principios de un periodo REM (uno a cinco minutos después de su comienzo) son material directo en su mayoría, que alude a acontecimientos del día del sueños o poco anteriores. Los acontecimientos del sueño de los despertares que se producen más tarde en la noche y mas avanzado un periodo REM son “más oníricos” y contienen elementos anteriores de la vida del soñante, a menudo de su niñez (Verdone 1965, Foulkes 1966). La pesadilla típica, como hemos visto, se produce tardíamente en la noche (04:00 a 07:00 de la mañana) y durante un periodo de REM prolongado; la experiencia me indica que el despertar suele producirse de veinte a cuarenta minutos (o más) después del comienzo del periodo. Así, el final de la pesadilla, casi siempre la parte aterradora anterior al despertar, llega exactamente cuando uno esperaría que emerjan los elementos de la infancia del soñante.
Cuando se consigue analizar con mayor detalle los temores manifiesto en la pesadilla, el resultado es éste casi siempre: temores básicos de la infancia; miedo a la disolución total o a la destrucción; pérdida del pecho de la madre (pérdida del alimento); pérdida de la madre o pérdida de una persona amada (abandono); pérdida del amor de la madre; y temor a la mutilación, a la castración o a la pérdida de partes corporales. Todos los niños sufren esos temores, que se les pueden activar o reactivar en la vida adulta cuando se sientes desamparados o fuera de control o cuando se sienten culpables de sus propios impulsos hostiles. A veces se considera a estos acontecimientos básicos y temidos como un castigo por algo que el niño hizo o desea. A veces un niño de tres o cuatro años describirá, por ejemplo, pesadillas después del nacimiento de un hermano. En la pesadillas el soñante es perseguido, golpeado o matado por un monstruo, o a veces lo abandonan en una isla desierta. El contexto suele dejar en claro que se trata de castigo por el deseo del niño de matar a su hermano menor. Por ejemplo, Harry (Capítulo 3) tenía pesadillas en que lo herían y mataban, que parecían derivar de sus sentimientos extremadamente hostiles hacia su hermano recién nacido.
Pero éstos son sueños de niños. Por los que sabemos, las pesadillas se vuelven menos frecuentes en casi todos los niños mayores de cinco o seis años. Sin embargo, estos temores parecen aún activos en quienes continúan teniendo pesadillas y parecen reactivarse en quienes tienen pesadillas ocasionales.
Se podría pensar que los adultos tienen pesadillas sobre miedos y preocupaciones más adultas y, en efecto, el elenco de personajes del mundo pesadillesco “crece” un poco: a parecen menos monstruos y tigres; hay más matones, pandillas, y ejércitos. Las pesadillas más aterradoras de los adultos parecen relacionarse, sin embargo, con los mismos temores infantiles básicos, incluso cuando parecen expresar los impulsos hostiles de los adultos y sus reacciones de temor ante ellos, sigue existiendo un lazo con los miedos infantiles. Por ejemplo, una paciente que estaba en tratamiento psicoanalítico conmigo, acababa de tener un hijo y estaba muy contenta con el niño, soñó que “freía al bebé en un sartén”. Las asociaciones la condujeron rápidamente a la supresión de sentimiento furibundos contra el bebé: amaba al niño pero a veces le resultaba insoportable, la despertaba de noche, etc., y a veces, por cierto, deseaba liberarse del niño, y no le gustaba reconocer esto. Casi todas las madres sienten ocasionalmente ese tipo de deseos en forma más o menos consciente; se trata de sentimientos adultos, que pueden ser perturbadores; pero no creo que basten por sí mismos para producir una pesadilla. Las asociaciones de esta mujer con éste y otros sueños se remitieron también su primera infancia y a su furia contra su madre. La madre había pasado por largos periodos de depresión y no le había dado el consuelo, la estructura, y el respaldo que necesitaba; ella (la hija) padeció difíciles y temibles periodos de impulsividad, arrebatos temperamentales, incapacidad para controlar sus sentimientos. El que su madre la dejara “friéndose en un sartén” constituía una buena descripción de su propio estado en la infancia.
En realidad, “friéndose en un sartén” es excelente y pesadillesca descripción del desamparo que puede conducir a pesadillas. Describe el estado del yo del niño, desamparado entre las grandes fuerzas ambientales que lo rodean, e igualmente o más desamparado entre poderosos impulsos y presiones internas; el niño es “calentado” por fuerzas que no puede controlar y de las que no puede escapar. Todos hemos padecido este estado hasta cierto punto, pero los que tiene estructuras internas relativamente sólidas, un yo bien desarrollado, alimentado quizás por padres ideales y solícitos, tal vez no hayan sufrido mucho por ello. Los que más sufren son los que tiene límites delgados y experimentan emociones especialmente intensas, y los que no recibieron suficiente respaldo de los padres o tutores.
Freud insistió siempre en que se debía pedir al paciente que realizara asociaciones por separado, con cada elemento del sueño, y no tanto con el sueño como totalidad, pues cada elemento representa el resultado final de una cadena asociativa que es preciso remontar hasta sus orígenes, cadena que suele involucrar restos diurnos y deseos infantiles. Sin embrago, no todos los analistas están de acuerdo y clínicamente un sueño se interpreta a menudo como totalidad. A veces, un sueño puede interpretarse como una representación simbólica general del estado mental del soñante, o de los problemas del soñante.
Hemos visto que por lo menos la mitad de la población adulta tiene pesadillas ocasionales. ¿Deberían entenderse todas las pesadillas conforme al criterio que hemos expuesto? Es difícil estar seguros, pues no tenemos la menos posibilidad de examinar ni analizar a la mayoría. Pero la experiencia de una pesadilla ocasional quizás sea, simplemente, un indicio de que aún tenemos miedos infantiles y de que realmente sentimos desamparo en la primera infancia. Quizás esas pesadillas ocurran precisamente en momentos en que se nos ha recordado ese desamparo, o en que tememos caer en un estado de desamparo. Es frecuente, por ejemplo, que pacientes en tratamiento psicoanalítico que no suelen tener pesadillas, padezcan alguna, o a algún sueño aterrador cuando inician el análisis; y su contenido incluye a veces el de las pesadillas infantiles, lo cual sugiere que temen volver a ser, en el análisis, niños desamparados.
Aún no he hablado de la realización de deseos, asunto básico, según Freud, en el significado de un sueño. En una oportunidad Freud explico las pesadillas como realización de deseos del superyó - deseos de castigo-, pero en otras ocasiones no quedó convencido con esta explicación. Jones (1931) consideraba que la pesadilla era la expresión de un potente deseo sexual enfrentado a una potente inhibición. Theodore Lidz (1946) sugirió que las que estudiaba (pesadillas traumáticas) podían entenderse como deseos de castigo, pero también como un “ambiguo deseo de muerte”: el deseo de la muerte y el deseo de escapar de la muerte. Fundado en mis experiencias clínicas e investigativas no estoy convencido de que la realización de un deseo resulte crucial en la pesadilla. Se puede hallar deseos entre las asociaciones que suscita una pesadilla, y en cierto sentido todo temor se puede interpretar como si contuviera un deseo contrario (por ejemplo, el temor al abandono o al rechazo puede leerse como el deseo de ser aceptado). Sin embargo, estos deseos evidentemente no se realizan en la pesadilla a menos que uno se refiera a deseos de muerte o de castigo, no podemos considerar que la pesadilla sea, esencialmente, el retrato de un deseo en tanto realizado.
Como hemos visto, ese sueño intenso y emocional que denominamos pesadillas se presta a la interpretación como cualquier otro sueño. Las asociaciones con los elementos de la pesadilla a menudo conducen a temores de la primera infancia y al desamparo infantil, y la pesadilla como totalidad a menudo retrata el estado mental del soñante. Las pesadillas postraumáticas sin embargo, son la representación casi exacta de una acontecimiento real, y en general no se las puede interpretar directamente como sueños.
Resumen del libro “La Pesadilla / Psicología y Biología de los Sueños Aterradores” • “The Nightmare / The Psychology and Biology of Terrifying Dreams”* de Ernest Hartmann
Granica Ediciones. Buenos Aires, 1988.
Ernest Hartmann, médico psiquiatra, es una autoridad mundialmente reconocida, por su aporte de nuevas teorías en el campo de la investigación sobre el sueño y los sueños.
Ernest Hartmann es profesor de Psiquiatría de la Escuela de Medicina de la Tufts University, Director del Centro de Trastornos del Sueño del hospital Newton- Wellesley de Newton. Ambas instituciones en el área de Boston. Massachussetss, Estados Unidos.
Ernest Hartmann, ha escrito innumerables artículos, publicados en medios científicos.Además es autor de las siguientes obras:
Adolescents in a Mental Hospital
The Biology of Dreaming
Boundaries in the Mind
The Functions of Sleep
The Nightmare* (La Pesadilla)
The Sleep Book
Sleep and Dreaming
The Sleeping Pill
Dreams and Nightmares
The Origin and Meaning of Dreams
Perseus Publishing
Cambridge, Massachussetts. 2001. 

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